Capítulos 14 y 15

CAPITULO 14 - LA TEMPLANZA



Al día siguiente del entierro de Smith, Morales fue temprano al bar de siempre. La mañana estaba fresca como a él le gustaba pero su ánimo no era el más adecuado para reflexionar sobre las nuevas revelaciones del Tatuador de Sangre. ¿Y ahora a que inoperante pondrán para que me estorbe?, pensaba. Se rehusaba a recibir ayuda de otra persona. Tener que empezar desde cero a contar sobre los hechos lo sacaba de sus casillas.

Para pensar con claridad le faltaba calma pero la ira contra el asesino que apuñaló a su amigo en la casa del psicólogo seguía aún vigente. Era consciente de que necesitaba llegar a un término intermedio, a la temperatura adecuada, como cuando su hermana, que trabajaba en jardines de infantes, le decía que a sus pequeños alumnos les encantaba verla traspasar de taza a taza el mate-cocido para que no esté ni muy caliente ni demasiado frío.

Antes de enterarse de la muerte de Smith, el comisario le informó sobre los resultados de los análisis. La sangre encontrada en el frasco junto al cuerpo del abogado no correspondía con la de su hija ni tampoco con la de alguna víctima anterior. Pero sí coincidían todas las muestras tomadas de los dibujos o “tatuajes” que el asesino se encargó de dejar impreso en sus cuerpos. Es decir que desde el empresario, con su sol en el pecho, hasta el psicólogo, con su estrella en la frente, el asesino se había tomado el trabajo de marcarlos con un mismo patrón. Esta situación llevó a Morales a elaborar dos teorías. La primera suponía que el asesino utilizaba la sangre de una “víctima cero” que ellos no habían encontrado. La segunda sostenía que usaba su propia sangre, dado que es posible que antes de cometer los crímenes extrajera de su cuerpo una cantidad suficiente para lograr su cometido, incluso si la conservaba bien no era necesario sacársela en el mismo momento.

Salvo compartir los dibujos sangrientos no había nada que conectara a las víctimas, lo que llevo a determinar que eran personas elegidas al azar pero que cumplían con alguna característica que el asesino, por la razón que fuese, quería destacar. También se barajaba la posibilidad que, en vez de tratarse de un tarotista, el hombre involucrado fuera un consultante que por aferrarse mucho a consultar el tarot, o causa similar, había enloquecido.

El detective impaciente bebió un sorbo del cortado que le alcanzó el mozo y consultó su reloj. Leonora estaba llegando tarde a su encuentro y, en la actitud desarmonizada de Morales, ese detalle le exasperaba. Ella, que desde un primer momento asimiló la muerte de su sobrino, llegaría con el identikit que armaron en la comisaría en base a su supuesta visión. El comisario tuvo que ser puesto al tanto y frente a su negativa, el detective argumentó que la forma de comprobar si era verdadera la descripción del rostro que la mujer tuvo del asesino, radicaba en mostrársela a Guillermo, el psicólogo que colgado seguramente había visto su cara.

Leonora se hizo presente con una carpeta de tono amarillo, en la que suelen guardar archivos en la comisaría, de ella sacó una hoja con la cara del asesino. Sherlock tomo el identikit y memorizó con bronca cada rasgo: el lunar que tenía del lado derecho apenas comenzaba su nariz, los labios refinados y los ojos claros. El color de pelo era castaño y no rubio como creían, luego de la declaración del anciano que lo había cruzado con la catequista antes de ser asesinada, lo que le hacía creer que el retrato no les sería de mucha utilidad.

La tía de Smith estaba convencida que era el fiel reflejo de lo que percibió ante el ataúd y preguntó qué habían hallado en la casa del psicólogo. Morales contó que el hombre se estaba recuperando en el hospital, llevaba al encontrarlo una estrella de cinco puntas dibujada con sangre en su frente, además cerca de él había una caja con velas de diferentes colores y tamaños, y  una aguja de unos doce centímetros que tenía tanza enhebrada, con la que posiblemente planeaba asesinar al hombre de no haberse topado con Smith.

Sin perder tiempo, Leonora sacó de su bolso un mazo de cartas, intuía el paso que daría el Tatuador. Buscó la carta de El Diablo, el arcano 15 y se la mostró mientras comentaba su significado. Una imagen donde la oscuridad es lo que se destaca y, además de la bestia, se encuentra la estrella de cinco puntas invertida como símbolo del mal. Leonora hablaba pausadamente como de costumbre, lo que le daba tiempo a Morales para imaginarse a donde quería llegar. Las velas en la caja reafirmaban su idea, el asesino iría contra alguna bruja de la ciudad, esas que se conocen por dedicarse a “hacer el mal sin mirar a quien”, y ella conocía a algunas.

Lamentaba que el bar estuviese tan concurrido, no tiraba las cartas si en el ambiente no reinaba la calma, pero expresó las ganas de que vaya a su casa. El detective, que sentía que tenía los minutos contados para investigar, pidió dejar la consulta para otro día ya que debía corroborar con el psicólogo que el identikit sea correcto.

Se despidió de la mujer no sin antes pedirle los nombres, y las direcciones si recordaba, de las personas que creía que serían las nuevas víctimas. Leonora anotó en un papel lo pedido y se quedó sentada comiendo una porción de budín de chocolate. Sintió que justo el pedazo que llevó a su boca estaba helado y una sensación muy extraña rodeó su cuerpo. Intentó tragar pero lo único que pudo hacer fue agacharse y vomitar.






CAPITULO 15 - EL DIABLO


Soraya estaba a punto de besar por primera vez a Emilio. Se desarrollaba la escena que los seguidores de la novela mexicana ansiaban cuando sonó su timbre. Andrea largó un insulto por lo bajo y se dignó a atender. Al abrir la puerta se sorprendió, no esperaba la visita de nadie, mucho menos del  hombre que sabía que no la apreciaba. Éste pidió por favor hablar con ella, su rostro mostraba rasgos de preocupación. “Miss Andrea. La bruja y vidente que todo lo une”, según la publicación del periódico, lo invitó a pasar a la habitación de su casa en la que había montado hace años una especie de santuario para realizar sus oscuros trabajos.

El hombre agachó su cabeza como agradeciendo el gesto y puso la mochila sobre la mesa, debía mostrarle algo muy importante que según sus mismas palabras sólo ella entendería. Andrea le dijo que vaya directo al grano porque no tenía tiempo, la verdad era que deseaba ver el final de la novela. Él se mojó sus labios secos y pidió un vaso con agua, ella fue a la cocina. Mientras servía el agua el hombre se acercó por detrás y apoyo un arma sobre su cabeza. La bruja pensó que el tiempo se había detenido, no sabía qué hacer. Gritar no sería buena idea pero el hombre, que en la ciudad conocían como el Tatuador de Sangre, colocó en su boca una cinta adhesiva ancha de color gris que impedía que hable.

Nunca dejándola de apuntar tomó el control remoto y subió el volumen del televisor, por si algún vecino escuchaba ruidos raros. Desnudó a la mujer de rulos y baja estatura, que iniciaba la vejez, y la ató en la silla de su consultorio. Con los ojos llorosos Andrea parecía suplicar perdón, entendía que venía en busca de venganza, lo conocía bien y no podía creer en lo que se había convertido. El asesino sonriendo guardó su arma y sacó una caja de la mochila. No tenía pensado matarla de un simple disparo, se merecía una muerte peor por las maldades que había realizado.

Por si la memoria también había sufrido el paso de los años, le relató una de las tantas “anécdotas” que ahora le iba a costar su vida. Una tarde lluviosa, mientras él cumplía con las tareas de matemática en su casa, pudo ver por la ventana como la mujer que tenía capturada arrojaba un objeto a su casa por entre las rejas. Cuando el Tatuador salió ella se había marchado y comprobó que se trataba de un sapo, un inocente sapo al que le había cosido la boca para hacer uno de sus “trabajos”. Corrió al interior de su casa y con la tijera que usaba para recortar figuritas cortó una parte del hilo para luego liberar por completo la boca del sapo. Percibió que el animal le daba las gracias y divisó en su boca un papel que tenía inscripto el nombre de un miembro de su familia. Prefirió ocultar lo sucedido en su casa.

Le haría pagar esencialmente ese acto malicioso y, como la Ley del Talión, sería ojo por ojo. Se rió al decirlo, hablando de la boca del sapo y de la de Andrea le resultó una ironía terminar la expresión con “diente por diente”. La mujer movía sus manos y piernas desesperada para intentar zafarse de las cadenas que la tenían prisionera. Lloraba e intentaba decir alguno de sus conjuros inservibles, pero la cinta en su boca se lo impedía.
El Tatuador abrió la caja y con su mano derecha, agarrándolo de los costados, sacó un sapo. Se lo acercó a los ojos para que lo viera atentamente y comenzó a rozárselo por el cuello y los brazos. A la bruja se le puso la piel de gallina, sentir el cuerpo húmedo del sapo en su piel le provocaba escalofríos y sacudía agitadamente los brazos a la vez que arqueaba la columna. Las lágrimas en sus ojos reconfortaban al hombre ya que evidenciaban que no la estaba pasando bien. Se regocijaba al verla sufrir cuando apoyaba el sapo en sus pechos y muslos.

En cuestión de minutos consideró que debía pasar al siguiente paso: subió aún más el volumen del televisor y sacó la cinta que tapaba la boca de la mujer, quien soltó un gran grito. El asesino lo había previsto, así que fue la oportunidad perfecta para ponerle el sapo en su boca y cerrarla nuevamente con la cinta. Andrea abrió los ojos como platos, sintió que sus papilas gustativas tocaban el pecho frío del animal y que no podía respirar. Una violenta contracción del estómago le produjo un vómito que no pudo despedir por la boca y murió.

El asesino estaba satisfecho, y con una amplia sonrisa en su cara, le faltaba poco para terminar con las muertes. Se apresuró a usar la sangre que guardaba en la mochila y, al tomar el control remoto pudo verse en el televisor la noticia del flash informativo: pedía información sobre su paradero y no iban a tardar en encontrarlo.
  





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