Capítulos 6 y 7

CAPITULO 6 - LOS ENAMORADOS



Sus amigas le elogiaban las manos y ella aprovechaba sus finos y largos dedos para lucir llamativos y coloridos anillos. Le gustaba usar esmalte azul francia en sus uñas y una aromática crema para manos de durazno. En una de sus vacaciones, cuando era adolescente, una gitana había leído sus manos y anticipado una vida feliz y duradera. Pero ahora estaban en un extraño paquete, una caja envuelta en papel de regalo verde y moño dorado que el cura encontró en la puerta de la iglesia. Al abrirlo, descubrió que se trataban de las manos de la desaparecida Julieta, hasta conservaba la costosa alianza de oro en su dedo anular.

El Padre Fabricio, ante tal macabro hallazgo se comunicó con el comisario y éste último con Morales que estaba llegando a la casa, donde encontrarían el resto del cuerpo y otras cosas más. El llamado desilusionó al detective, minutos antes, hablando con su ayudante Smith, había expresado esperanzado que seguramente el asesino seguiría en la casa con su víctima y podrían capturarlo de una buena vez.

Nada de eso fue posible. Derribaron de un golpe la puerta, entraron con sus armas, revisaron el lugar y se sorprendieron al ver a Julieta tendida en la ensangrentada cama. Comprobaron que le faltaban las manos, estaba desnuda y sobre su cabeza una almohada con la cual la habían asfixiado. Apoyada en el respaldar de la cama el hacha goteaba lentamente la espesa sangre.

Morales analizaba detalle por detalle, el asesino se había marchado una o dos horas antes, el tiempo suficiente para dejar el paquete; además quería que se encuentre el cuerpo porque le habían comunicado que en la tarjeta que estaba entre las frías manos con letra temblorosa figuraba la dirección de la casa. Posiblemente el autor del crimen la habría obligado a escribir antes de asesinarla.

La mujer tenía una mordaza en su boca, sus labios estaban morados y sus ojos quedaron entreabiertos. En su pecho el asesino había dibujado con sangre el número 8, que se podía confundir con un signo infinito de la forma alargada con la que se había hecho. En el living de la casa Smith encontró el nuevo y por el momento indescifrable mensaje del cruel asesino. Esta vez había colocado varios bombones formando un circulo en el piso y en el centro una balanza de dos platillos, en uno más bombones y en el otro platillo sangre.

Ninguno de los policías que concurrieron luego a la escena pudo entender que se buscaba decir con esto, la cabeza de Morales funcionaba a mil.  Si dejó un rosario para decir que la víctima sería una mujer religiosa, una balanza con chocolates ¿anticiparía la muerte de una persona con problemas alimenticios? ¿Qué significa el 8? ¿Cómo podremos adelantarnos a los pasos del Tatuador de Sangre?

La noticia conmocionó la ciudad y cuando el detective llegó a la iglesia para ver con sus propios y críticos ojos el paquete, la prensa se abalanzó hacia él en busca de detalles sobre lo ocurrido. Contestó que lo dejen trabajar tranquilo así pronto sabrían todo. Todo lo que les quisieran contar, ya que era importante mantener el silencio para no preocupar más a las personas y para no hacerle saber al asesino de los avances que pudieran tener.

Entre el tumulto de gente se encontraban dos ancianas, Morales se detuvo disimuladamente para escucharlas hablar. Lamentaban la muerte y charlaban sobre el “error” que había cometido en el pasado. Parecía ser que antes de tener a su hijo adolescente, Julieta le fue infiel por varios meses a Alberto con Mario, en aquel momento el carnicero del barrio en el que el matrimonio vivía. Casi todos lo sabían y aún dudaban sobre si el hijo era de Alberto, o fruto de la corta y fogosa relación  con “Chichi”, el hábil carnicero.

Comentaban también el día que se enteró el ingeniero. Un amigo se lo había dicho, entonces se le ocurrió esperar a que se encontraran mientras él supuestamente trabajaba. Entró sigilosamente a la casa y los vio en pleno acto sexual, Mario sobre el cuerpo esbelto de Julieta. Esto desató la ira del hombre que fue directo a pegarle mientras Chichi se apuraba a colocarse el pantalón. El primer golpe fue directo a la cara y dejó al carnicero en el piso. Lo que no llegó a darse cuenta Alberto en su furia fue que Mario pudo sacar de su pantalón el cuchillo que siempre llevaba en la cintura. La filosa arma blanca perforó el abdomen del ingeniero y Julieta, llorando desnuda en su cama, pidió a gritos a Mario que se vaya mientras ella llamaba a la ambulancia. Esa noche fue atendido en el hospital de urgencia y recibió 7 puntos, Chichi fue detenido en la comisaría por varias horas.

Al hablar, las dos ancianas parecían recordar cada parte de la historia como si ellas lo hubiesen vivido en persona. Lo último que el detective les escucho decir fue que desde aquel entonces Mario se había esfumado del barrio y Julieta había regresado con Alberto, después de un mes y medio de vivir en casas separadas.

Morales intuía que esa pequeña charla que no había querido interrumpir le iba a ser de gran ayuda para resolver todo, absolutamente todo.





CAPITULO 7 - EL CARRO


Era muy temprano en la mañana, Morales le había pedido a su ayudante que maneje el auto mientras él leía los expedientes que había conseguido en la comisaría a la madrugada. Debían trasladarse a 30 kilómetros del centro de la ciudad, a una casa de campo en la que hacía dos o tres meses vivían Mario Gonzaga y su mujer, Susana Otero. Esta información la obtuvieron porque en los expedientes figuraba una dirección, donde el carnicero vivió luego de retirarse del barrio de la reciente asesinada y, al concurrir al lugar, vecinos advirtieron que de un día para el otro la pareja se había mudado.

Los papeles que llevaba ahora Sherlock Morales en su auto daban cuenta de distintas detenciones que Mario tuvo a causa de peleas callejeras, generalmente ebrio a la salida de bailes. El detective estaba ansioso por llegar a destino y, mientras le pedía al prudente Smith que acelerara, comentaba que había encontrado la punta del ovillo, que pronto un titular en el periódico diría que gracias a ellos el Tatuador de Sangre estaba tras las rejas.

Al llegar a la casa del campo llamada Santa Dolores, los agentes fueron recibidos por una mujer que parecía muy ocupada y con poca predisposición para atender visitas. Se trataba de Susana, la mujer de Mario, estaba vestida desprolijamente, su estatura era baja y las arrugas en su rostro indicaban que se trataba de una mujer que había sufrido mucho en su vida. Esto observó el detective al verla salir y dirigirse hacia ellos. Se presentaron y le preguntaron por su marido. Ella en un principio desconfió de los hombres, pero los invitó a pasar así hablaban más tranquilos.

Sentados en el comedor de la casa, Susana les preguntó en qué lío se había involucrado esta vez, estaba acostumbrada a que su marido se metiese en problemas. La última vez lo descubrieron robando vacas de un campo vecino, para luego vender en la carnicería de un supermercado de la gran ciudad, de la cual era dueño.

Contó también que se mudaron al campo porque su padre, que vivía solo allí, estaba muy enfermo y necesitaba más que nunca de sus cuidados. A Mario no le convencía mucho la idea porque no quería a su suegro, pero sabía que al ser Susana hija única algún día heredaría las 23 hectáreas de campo que pertenecían al anciano. Mario viajaba todos los días del campo a la ciudad en su vieja camioneta para abrir la carnicería y varias veces que Susana habló con sus empleados, éstos le contaban que su patrón casi ni estaba con ellos durante el día. Este detalle que le generaba desconfianza la mujer prefirió omitírselo a Smith, ya que Morales en el auto le pidió que sea él quien la interrogue mientras observaba la casa y objetos, o señales, que pudieran ser útiles para la investigación.

Susana, que había construido una barrera o que al menos no quería brindar mucha información, dijo que hacía dos semanas que su marido no volvía al campo luego del trabajo por una discusión que habían tenido, producto de sus celos, la fama de mujeriego de Mario daban que dudar. Desde aquel día no supo más nada y al haber empeorado la situación del padre no se podía mover del campo. Suponía que utilizaba la casa del hermano para quedarse a dormir.

Smith dijo que solo lo buscaban por una investigación de robo de ganado de la zona, que no se preocupe y si por favor le podía dar la dirección del hermano de Mario. Morales mientras tanto observaba los portarretratos que había sobre los muebles, quería guardar bien en su memoria la cara del carnicero. La mujer accedió a lo pedido y los despidió.

En el viaje de regreso a la ciudad los hombres hablaban sobre el encuentro, todo estaba cada vez más raro y había motivos suficientes para relacionar la muerte de Julieta con el carnicero, solo necesitaban de su declaración para saber qué relación tenía con sus dos anteriores víctimas.

A mitad de camino les pasaron dos cosas. Por un lado pincharon un neumático, lo que desató el enojo del detective que quería llegar cuanto antes para encontrar al Tatuador. Y por otro, recibieron una llamada del comisario avisando que el propio Mario se había presentado a la comisaría. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma, pensó Morales. Pidió que lo mantuvieran allí hasta que llegara, quería ser él quien le tomara declaración, estaba expectante por escucharlo.

Cuando arribaron a la dependencia policial, llenos de polvo por el camino de tierra en el que tuvieron que cambiar la rueda del auto, las hipótesis de Morales cambiaron su curso. Mario Gonzaga declaró que hacía varios días lo seguía un hombre. Al principio no le dio importancia porque no tenía nada que ocultar ni solía andar con objetos de valor como para que se lo roben pero, dado lo ocurrido con Julieta, temía pasar por lo mismo y quería que se haga justicia por el fallecimiento de la mujer que tanto seguía amando. Él sabía que el hijo de Julieta tenía los genes de los Gonzaga y no los de Alberto, una vez en una foto observó rasgos muy similares a los suyos.

En los últimos meses el carnicero había aumentado bastante de peso y este detalle le llamó la atención a Morales, que en las fotos en su casa lo veía de contextura grande pero no tanto como ahora. Automáticamente lo llevo a recordar aquella balanza encontrada junto al cuerpo de Julieta. Mario sería la próxima víctima.

El hombre dijo que generalmente lo seguía cuando almorzaba en la parrilla que tenía Juan Carlos, un amigo de la infancia, o al menos ahí notó su presencia varias veces. No podía describirlo porque siempre se mantenía lejos y su vista con los años no era muy buena. Morales movilizó a los policías que se encontraban en el lugar. Pidieron que como todos los mediodías, Mario fuera a comer a lo de su amigo, ellos estarían atentos vestidos de civil para custodiarlo y a la vuelta de la esquina habría una patrulla por si la necesitaban.

Y así fue, Mario llegó a lo de Juan Carlos. Cuando el detective vio al hombre observando de lejos con binoculares al carnicero se acercó corriendo con varios efectivos que rodearon el auto negro en el que estaba. Atinó a escaparse pero no le quedó más remedio que bajar con las manos en alto y confesar. 






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