Capítulos 2 y 3

CAPITULO 2 - LA SACERDOTISA



Morales siempre compraba en el bar un cortado con edulcorante y dos medialunas. El mozo conocía sus preferencias y trataba de  no molestarlo demasiado ya que mientras el detective trabajaba se podía observar como estaba en su mesa y a la vez no, era como si se sumergiese en sus casos y fuera verdaderamente un testigo omnisciente de aquellos hechos.

Ese día llegó apenas recién abrían y se ubicó en una de las mesas que colocaban afuera, para realizar sus investigaciones le gustaba aprovechar de la luz del alba y de la paz antes del despertar de la mayor parte de las personas de la ciudad. La brisa fresca lo puso de excelente humor, sabía que le haría falta esa mañana y que la única forma de pensar con claridad y evitar sus fuertes dolores de cabeza era teniendo su cuerpo bien oxigenado, su cabeza libre de preocupación alguna. Ojeó rápidamente los titulares del periódico del día, debía administrar su tiempo ya que tenía mucho trabajo por delante, las ansias por resolver este caso hacían que dejara de lado algunos asuntos de su vida personal.

Primeramente procedió a comparar las fotos de las dos víctimas que habían muerto con casi un mes de diferencia. La primera era Hilario Martínez, de 35 años, un exitoso y malhumorado empresario. Había conseguido su triunfo laboral gracias a la toma de decisiones correctas y oportunas, sorprendiendo a sus superiores por la capacidad de encontrar maneras eficientes  de potenciar las ventajas de la empresa automotriz ante tanta competencia que había en la zona. Indudablemente era un hombre nacido para los negocios o contaba con mucha suerte a su favor, pero su mal humor y su actitud un tanto misógina le había impedido construir una familia.

Vivía solo, tenía una vida monótona, era hijo único, no se trataba con sus familiares luego de la muerte de sus padres en un accidente hacía bastantes años. Cuando lo encontraron muerto en su amplio departamento llevaba salvajemente asesinado casi dos semanas, la puerta no fue forcejeada, con lo cual el asesino habría utilizado una excusa para que Hilario le abriera o bien era un conocido, aunque sólo se trataba con pocas personas de su trabajo y apenas dos o tres vecinos.

Cuando Morales interrogó a los superiores de la empresa, estos le dijeron que había sido un hombre responsable y de palabra: “Él realizaba su trabajo y se marchaba, tenía poco trato con el sector de producción porque se abocaba más a la venta y marketing. Era difícil de llevar pero no le gustaba para nada verse involucrado en conflictos. El último mes estaba trabajando en un proyecto que no podía culminar, parecía que la suerte se le había marchado un poco pero confiábamos en que pronto nos volvería a sorprender, como era su costumbre”.

Al parecer Hilario no tenía un enemigo que le presentara batalla, o al menos a las personas a las que Morales había cuestionado no daban cuenta de alguien con quien el empresario estuviera en problemas. Esto hacía que el detective quedará en la nada, en “pampa y la vía” como solía decir su abuelo.

Aquella tarde se había encontrado atado de pies y manos a una silla de madera muy delicada que combinaba con el resto de los muebles del departamento, le faltaban su lengua y sus ojos, no se había hallado el elemento, seguramente filoso, con el que le habían sido extirpados de su cuerpo regordete.  ¿Por qué semejante bestialidad? ¿Qué no quería que vea ni diga aquel hombre?.
El detalle que mayor incertidumbre le provocaba a Morales era aquel sol que el asesino dejó tatuado con sangre en el pecho. No entendía como un sol, un astro tan luminoso podría estar conectado con un hecho tan oscuro.

Un sol con pocos trazos ubicado en el mismo lugar en el que Joaquín tenía un sangriento número cinco. No había lazos que vincularan al chico con Hilario, o al menos él hasta el momento no los había encontrado. Además la familia del niño era muy humilde, con un estilo de vida totalmente diferente al del empresario como para haber frecuentado iguales lugares, de hecho los padres habían declarado no conocer al señor Martínez.

Cuando quiso acordar, Morales ya se había pasado de hora, tenía su cortado a medio tomar y frío. Comenzó a guardar sus cosas, a hacerse presente otra vez en el bar, ya que elaborando teorías se vio inmerso en otro plano. Le llamó la atención que en una mesa cercana una mujer no le sacaba la vista de encima. Tenía el cabello marrón y ojos oscuros, lucía un largo vestido de tono celeste claro que le cubría todo el cuerpo. Parecía una mujer seria, estaba sentada en una posición recta, calma y serena, seguramente había dejado de leer el libro que tenía en sus manos para observarlo a él, que estaba compenetrado entre fotos y papeles.

Morales se dirigió hacia su mesa, se presentó y preguntó cuál era el motivo para estar mirándolo tan fijamente. La mujer con voz tierna y pausada, pero no dejando de ver en los ojos del detective un haz de desconfianza, dijo llamarse Leonora y de la nada le advirtió: “Sé que es el detective más importante del lugar, lo que no sé es en qué caso usted está trabajando actualmente pero debe alejarse, no traerá cosas buenas a su vida, veo mucha energía negati…”.

Morales que no era para nada supersticioso y que no creía en nada ni en nadie, solo en él, se marchó sin dejarla terminar de hablar. En sus casos anteriores varios hombres y mujeres dijeron ser videntes natos pero solo buscaban fama para seguir estafando a la gente. Lo que no sabía Sherlock Morales era que Leonora sería una pieza clave de este sangriento rompecabezas.







CAPITULO 3 - LA EMPERATRIZ


El hombre que había asesinado a dos personas estaba cómodamente sentado en el auto, tenía pensado en ese instante acabar con la vida de una tercera, y seguramente de otras más. Sentía la adrenalina, esperaba impacientemente pero tratando de mantener la cordura, si alguien que lo conociera estaría con él notaría su estado alterado pero sabía que eso no iba a pasar.

Ese domingo se había levantado muy temprano, debía poner su próximo plan en marcha, se apresuró a colocar en el baúl del desgastado auto una antiquísima balanza de dos platillos que alguna vez había pertenecido a su abuela, cuando se dedicaba a vender las verduras que obtenía de su quinta. En aquel entonces él ni siquiera había nacido y en este momento la abuela tampoco existía.

También se aseguró de repasar la lista que había confeccionado a la noche, no quería olvidar ningún elemento. Tomó entonces sus pañuelos, un par de frascos con líquidos extraños, algunos libros de historia, sus muletas  y otros elementos más que podrían servirle en caso de tener que cambiar lo que tenía previsto. Antes de atacar a su presa analizaba todos sus movimientos, para así lograr su cometido con el menor índice de error y lo más rápido posible, pero era consciente de que todo podría modificarse sobre la marcha. Y aunque los chocolates no eran de su agrado, solo le faltaba pasar a comprar unos bombones para tener todo listo.

Ahora se encontraba en la dulce espera, sabía que en media hora todo empezaría. Esta vez le tocaba el turno a una mujer que el asesino siguió durante algunas semanas. Julieta era una señora de 40 años, de cuerpo esbelto, muy respetada en el barrio por sus labores solidarias y por ser muy creativa en todos sus proyectos. Tenía una hija con su anterior pareja y un hijo adolescente con su esposo actual. Le gustaba disfrutar de la naturaleza y cada vez que su marido Alberto descuidaba la tarjeta de crédito aprovechaba para comprarse zapatos y carteras, le gustaba estar bien vestida y solía decir que era lo mínimo que su “finado maridito” podía obsequiarle por su rol de madre y ama de casa.

No era estructurada pero en su rutina semanal no faltaban las clases de spinning y pilates todos los lunes y jueves. El asesino lo sabía, pero prefería atraparla cerca de otro lugar que Julieta frecuentaba sin su familia. No iba a ser una tarea sencilla porque tendría que capturarla a plena luz del día pero se las había ingeniado para pasar desapercibido. Se colocó una peluca de tono rubio, una camisa rayada planchada prolijamente, un pantalón de jean acorde al color azul de la camisa y zapatos negros bien lustrados, necesitaba captar la atención de la víctima, que en solo un par de minutos estaría a metros de él. Ella llegaría en bicicleta, siempre lo hacía. Él la esperaría en la cuadra donde justamente solo había casas en construcción, construcciones que por ser domingo estaban sin gente trabajando.

Necesitaba actuar rápido para que la mujer no lo identificara, por eso durante la espera puso el pañuelo en el bolsillo de la camisa. Si todo salía según lo planeado la bella Julieta estaría a unas cuadras, entonces aprovechó para alejarse del auto.

La víctima estaba demorada y al asesino eso lo sacaba aún más de quicio. Cuando levantó la vista y la vio venir con su tranquilidad en la bicicleta, no se contuvo y, como un niño, se largó a llorar. 






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